Columnistas  25/5/12 - Nº 114                      

El desafío de la derecha dura  

 

Luego de varios años de insensato manejo, tanto de asuntos económicos como sociales, le llegó el tiempo a los europeos de pagar la festichola.


El problema es que es bien fácil disfrutar de lo bueno y bien difícil, terminadas las festividades, volver a la realidad. Es harto difícil enfrentar la dura realidad de una economía mundial en período de ajuste con la consiguiente desaceleración y presiones de duro reordenamiento en todo el mundo.


Estos procesos siempre traen aparejados reacciones. Reacciones de distinto tipo, pero muchas veces políticas y muy duras.


Prueba de esto es el crecimiento casi atávico de la derecha en toda la vieja Europa. Ni que hablar del 18 % del electorado de la Sra. Le Pen en Francia o el creciente 19% de la derecha en Noruega, o Bélgica, u Holanda o el increíble crecimiento del BNP británico.


La realidad es que la derecha crece al influjo de la incertidumbre creada por equivocadas y quizás excesivamente liberales políticas llevadas adelante por gobiernos socialistas y de centro en todo el viejo continente.


Se da hasta el absurdo de que en Grecia, cuna de la democracia, crece en forma importante un partido directamente Nazi, hecho verdaderamente insólito.


Todo esto no es más que el vuelco de parte del electorado de esos países hacia los que perciben como dando seguridad en condiciones políticas sumamente complejas por un lado y por otro como reacción a la, a todas luces equivocada, política de multiculturalismo adoptada en esos países.


Todos estos países de la vieja Europa adoptaron en algún momento políticas de inmigración amplias, tolerantes y generosas a culturas fundamentalmente islámicas que han sometido sus sociedades a presiones que se acercan a lo insoportable.


Se puede decir que el proceso empezó con los 'trabajadores huéspedes' en Alemania a fines de la década de los sesenta y principios de los setenta. Fueron alrededor de dos millones de turcos que se acogieron a ese beneficio buscando mejores condiciones de vida.


La idea era que luego de unos años estos 'gastarbeiter' volvieran a su país.


El resultado real fue que se afincaron en Alemania, procrearon y hoy andan en los seis millones. Una comunidad que ya es parte del multiculturalismo alemán pero que por su difusión provoca reacciones entre los alemanes racialmente más típicos.


Esto genera como reacción movimientos de derecha nacionalistas fácilmente proclives a medidas extremas y agresiones a quienes perciben como invasores a sus espacios vitales tanto sociales como económicos y culturales.


Lo mismo sucede en el resto de Europa donde los ciudadanos generalmente de menos recursos más afectados por estos influjos inmigratorios reaccionan apoyando a movimientos nacionalistas de derecha.


Es increíble que en la hipercivilizada Gran Bretaña se esté viviendo un renacer del absurdo partido neo-nazi británico fundado por Sir Oswald Mosley antes de la segunda guerra mundial.


Esto es sólo explicable si se entiende que este fenómeno repetido en toda Europa es debido al miedo. Miedo a los cambios y muy razonable miedo a la falta de lógica con que se han manejado por parte de sucesivos gobiernos las presiones creadas por inmigraciones de las más variadas etnias.


El problema es que en un afán de modernismo y apertura intelectual equivocada, los gobiernos de Francia e Inglaterra para citar a dos se han esforzado a extremos ridículos a acomodarse a las demandas culturales, sociales y económicas de los inmigrantes muchas veces en detrimento de sus propios pueblos.


Estos gobiernos perdieron de vista el simple hecho que una sociedad multiétnica puede ser rica, positiva y altamente beneficiosa para todos sus componentes, pero que una sociedad multicultural no es lo mismo.


Es como cuando uno invita su casa gente de una religión distinta. Por cortesía uno respeta sus creencias, sus costumbres y los recibe con alegría pero no por eso debe uno cambiar sus propias costumbres y creencias.


Pues en Europa, tontamente, gobiernos pasados en su afán de demostrar una absurda liberalidad han querido cambiarle, no las costumbres a los inmigrantes, sino a sus propios ciudadanos.
Esto es absurdo y evidentemente trae todo tipo de complicaciones.


En colegios públicos ingleses no se habla del holocausto judío para no ofender a los alumnos musulmanes.


El primate de la iglesia anglicana llegó a abogar para que se aceptara en forma oficial el código del Sharia en Gran bretaña para los musulmanes en forma paralela a los códigos del 'common law' británico.


El gobierno francés debió en su momento prohibir el velo musulmán en ese país debido a la militancia férrea y abusos socio-culturales de sus comunidades inmigrantes musulmanes.
El tema es que estos re-brotes protonacionalistas con todo lo que representan, si bien de cuidado, no deberían por ahora inquietar a nadie. Son manifestaciones más que nada de miedos atávicos y ancestrales al cambio y a situaciones que parecen inmanejables.


Sólo se vuelven inmanejables ante los estados fallidos, los estados que ya no quieren o pueden cumplir sus cometidos de seguridad pública, sanidad, ingresos mínimos etc.


Eso fue justamente lo que sucedió en la república de Weimar luego de la primera guerra mundial y que dio lugar al Partido Nacional Socialista Alemán y su tristemente célebre líder Adolf Hitler.
El único país de Europa que parece siquiera remotamente cerca de un fin similar al de Alemania de el período inter guerras del siglo pasado parece ser Grecia. Grecia no es Alemania ni el líder de su partido proto-nazi Hitler.


Lo que sí los países de Europa deben preocuparse es de cambiar sus paradigmas con respecto a la inmigración venga de donde venga. Deberían acordarse que bien pueden ser países multiétnicos pero nunca multiculturales.


Los que inmigran a ellos buscan otra vida. Si equivocadamente pretenden construir sociedades paralelas iguales a las de donde se escaparon entonces que no escapen y se queden en su país de origen.


Los modelos de vida y sociedad en occidente son en términos generales muy distintos a los de oriente. También en términos generales proveen niveles de vida infinitamente más altos que en los países de oriente de donde proviene la mayor parte de la inmigración.


Esto se basa en los valores de la cultura judeo-cristiana y todo lo que eso conlleva.


Esto es lo que se debe mantener y no se debe permitir su avasallamiento por comunidades inmigrantes sean de donde sean.
 

Las sociedades pueden ser multiétnicas sin mayores dificultades pero no pueden ser multiculturales sin pagar enormes costos sociales de disgregación y desasosiego.


El crecimiento de la derecha en Europa es debido a este fenómeno y a la percepción de la población autóctona de un abuso departe de las comunidades inmigrantes de las estructuras existentes de seguridad social tan desarrolladas en esos países.
 

Todo pasa por el respeto de los que llegan a los que en el país habitan, que las economías más o menos marchen y que los gobiernos hagan respetar las estructuras de sociedades creadas durante miles de años.


Los inmigrantes inmigran para cambiar de vida. No hay que cambiarle la vida a los habitantes preexistentes para acomodar a los nuevos.


Estos se deben adaptar a lo que encuentran y no al revés. Si no les gusta que se vayan.


Mientras no se cumplan estas condiciones tan sencillas aparentemente, las derechas crecerán y se organizarán en todos los países afectados por estos fenómenos.


Mientras más incompetentes los gobiernos liberales de izquierda o derecha, no importa, más se alimentan los extremos.


Es cuestión de poner la casa en orden y usar el sentido común.
No es fácil, particularmente lo último. No es, sin embargo, imposible hasta para algunos políticos europeos.
 Michael Castleton
 


 

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