El desafío de la derecha
dura
Luego de varios años de insensato
manejo, tanto de asuntos económicos como sociales, le llegó el tiempo a
los europeos de pagar la festichola.
El problema es que es bien fácil disfrutar de lo bueno y bien difícil,
terminadas las festividades, volver a la realidad. Es harto difícil
enfrentar la dura realidad de una economía mundial en período de ajuste
con la consiguiente desaceleración y presiones de duro reordenamiento en
todo el mundo.
Estos procesos siempre traen aparejados reacciones. Reacciones de
distinto tipo, pero muchas veces políticas y muy duras.
Prueba de esto es el crecimiento casi atávico de la derecha en toda la
vieja Europa. Ni que hablar del 18 % del electorado de la Sra. Le Pen en
Francia o el creciente 19% de la derecha en Noruega, o Bélgica, u
Holanda o el increíble crecimiento del BNP británico.
La realidad es que la derecha crece al influjo de la incertidumbre
creada por equivocadas y quizás excesivamente liberales políticas
llevadas adelante por gobiernos socialistas y de centro en todo el viejo
continente.
Se da hasta el absurdo de que en Grecia, cuna de la democracia, crece en
forma importante un partido directamente Nazi, hecho verdaderamente
insólito.
Todo esto no es más que el vuelco de parte del electorado de esos países
hacia los que perciben como dando seguridad en condiciones políticas
sumamente complejas por un lado y por otro como reacción a la, a todas
luces equivocada, política de multiculturalismo adoptada en esos países.
Todos estos países de la vieja Europa adoptaron en algún momento
políticas de inmigración amplias, tolerantes y generosas a culturas
fundamentalmente islámicas que han sometido sus sociedades a presiones
que se acercan a lo insoportable.
Se puede decir que el proceso empezó con los 'trabajadores huéspedes' en
Alemania a fines de la década de los sesenta y principios de los
setenta. Fueron alrededor de dos millones de turcos que se acogieron a
ese beneficio buscando mejores condiciones de vida.
La idea era que luego de unos años estos 'gastarbeiter' volvieran a su
país.
El resultado real fue que se afincaron en Alemania, procrearon y hoy
andan en los seis millones. Una comunidad que ya es parte del
multiculturalismo alemán pero que por su difusión provoca reacciones
entre los alemanes racialmente más típicos.
Esto genera como reacción movimientos de derecha nacionalistas
fácilmente proclives a medidas extremas y agresiones a quienes perciben
como invasores a sus espacios vitales tanto sociales como económicos y
culturales.
Lo mismo sucede en el resto de Europa donde los ciudadanos generalmente
de menos recursos más afectados por estos influjos inmigratorios
reaccionan apoyando a movimientos nacionalistas de derecha.
Es increíble que en la hipercivilizada Gran Bretaña se esté viviendo un
renacer del absurdo partido neo-nazi británico fundado por Sir Oswald
Mosley antes de la segunda guerra mundial.
Esto es sólo explicable si se entiende que este fenómeno repetido en
toda Europa es debido al miedo. Miedo a los cambios y muy razonable
miedo a la falta de lógica con que se han manejado por parte de
sucesivos gobiernos las presiones creadas por inmigraciones de las más
variadas etnias.
El problema es que en un afán de modernismo y apertura intelectual
equivocada, los gobiernos de Francia e Inglaterra para citar a dos se
han esforzado a extremos ridículos a acomodarse a las demandas
culturales, sociales y económicas de los inmigrantes muchas veces en
detrimento de sus propios pueblos.
Estos gobiernos perdieron de vista el simple hecho que una sociedad
multiétnica puede ser rica, positiva y altamente beneficiosa para todos
sus componentes, pero que una sociedad multicultural no es lo mismo.
Es como cuando uno invita su casa gente de una religión distinta. Por
cortesía uno respeta sus creencias, sus costumbres y los recibe con
alegría pero no por eso debe uno cambiar sus propias costumbres y
creencias.
Pues en Europa, tontamente, gobiernos pasados en su afán de demostrar
una absurda liberalidad han querido cambiarle, no las costumbres a los
inmigrantes, sino a sus propios ciudadanos.
Esto es absurdo y evidentemente trae todo tipo de complicaciones.
En colegios públicos ingleses no se habla del holocausto judío para no
ofender a los alumnos musulmanes.
El primate de la iglesia anglicana llegó a abogar para que se aceptara
en forma oficial el código del Sharia en Gran bretaña para los
musulmanes en forma paralela a los códigos del 'common law' británico.
El gobierno francés debió en su momento prohibir el velo musulmán en ese
país debido a la militancia férrea y abusos socio-culturales de sus
comunidades inmigrantes musulmanes.
El tema es que estos re-brotes protonacionalistas con todo lo que
representan, si bien de cuidado, no deberían por ahora inquietar a
nadie. Son manifestaciones más que nada de miedos atávicos y ancestrales
al cambio y a situaciones que parecen inmanejables.
Sólo se vuelven inmanejables ante los estados fallidos, los estados que
ya no quieren o pueden cumplir sus cometidos de seguridad pública,
sanidad, ingresos mínimos etc.
Eso fue justamente lo que sucedió en la república de Weimar luego de la
primera guerra mundial y que dio lugar al Partido Nacional Socialista
Alemán y su tristemente célebre líder Adolf Hitler.
El único país de Europa que parece siquiera remotamente cerca de un fin
similar al de Alemania de el período inter guerras del siglo pasado
parece ser Grecia. Grecia no es Alemania ni el líder de su partido proto-nazi
Hitler.
Lo que sí los países de Europa deben preocuparse es de cambiar sus
paradigmas con respecto a la inmigración venga de donde venga. Deberían
acordarse que bien pueden ser países multiétnicos pero nunca
multiculturales.
Los que inmigran a ellos buscan otra vida. Si equivocadamente pretenden
construir sociedades paralelas iguales a las de donde se escaparon
entonces que no escapen y se queden en su país de origen.
Los modelos de vida y sociedad en occidente son en términos generales
muy distintos a los de oriente. También en términos generales proveen
niveles de vida infinitamente más altos que en los países de oriente de
donde proviene la mayor parte de la inmigración.
Esto se basa en los valores de la cultura judeo-cristiana y todo lo que
eso conlleva.
Esto es lo que se debe mantener y no se debe permitir su avasallamiento
por comunidades inmigrantes sean de donde sean.
Las sociedades pueden ser multiétnicas
sin mayores dificultades pero no pueden ser multiculturales sin pagar
enormes costos sociales de disgregación y desasosiego.
El crecimiento de la derecha en Europa es debido a este fenómeno y a la
percepción de la población autóctona de un abuso departe de las
comunidades inmigrantes de las estructuras existentes de seguridad
social tan desarrolladas en esos países.
Todo pasa por el respeto de los que
llegan a los que en el país habitan, que las economías más o menos
marchen y que los gobiernos hagan respetar las estructuras de sociedades
creadas durante miles de años.
Los inmigrantes inmigran para cambiar de vida. No hay que cambiarle la
vida a los habitantes preexistentes para acomodar a los nuevos.
Estos se deben adaptar a lo que encuentran y no al revés. Si no les
gusta que se vayan.
Mientras no se cumplan estas condiciones tan sencillas aparentemente,
las derechas crecerán y se organizarán en todos los países afectados por
estos fenómenos.
Mientras más incompetentes los gobiernos liberales de izquierda o
derecha, no importa, más se alimentan los extremos.
Es cuestión de poner la casa en orden y usar el sentido común.
No es fácil, particularmente lo último. No es, sin embargo, imposible
hasta para algunos políticos europeos. Michael Castleton
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