Columnistas
Aníbal Steffen |
31/05/13 - Nº 136
Amodio, ley de
medios
y cuentos chinos…
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En la “historia oficial” era el malo de la película. La derrota de los
tupamaros, según el difundido relato, se debió a la traición de Amodio
Perez y no a los propios errores, torpezas y falta de verdaderos
objetivos, de una organización totalmente alejada de la realidad que
desató un espiral de violencia estéril.
Hasta ahora, les bastaba con echarle la culpa a Amodio, para barrer bajo
la alfombra toda la mugre moral que esconden los viejos guerrilleros de
pacotilla.
Y no estoy hablando de sus crímenes, que son más que conocidos. Hablo de
sus miserias, de sus coqueteos con los milicos, de su sueño de impulsar
un golpe militar “peruanista”, de sus agachadas, de sus odios internos y
sus luchas por el poder al interior de la orga.
No sé, ni mi importa, si Amodio fue un traidor. Al fin y al cabo, el
relativismo moral de los tupas y su oportunismo político le quita
relevancia a cualquier adjetivación personal o a cualquier etiqueta que
se repartan entre ellos o le apliquen a otros.
Lo importante es que de pronto aparece un ex tupamaro que vivió toda la
peripecia de la organización terrorista y no tiene compromiso con
ninguno de sus ex compañeros que lo condenaron a muerte. No está
obligado por ninguna omerta
–ley del silencio de la mafia-.
No sé si dirá la verdad o sólo busca una reivindicación personal. Pero
no cabe duda de que Amodio sabe mucho de lo que los tupamaros esconden.
Por eso, su reaparición mediática cayó como un balde de agua helada
sobre los jefes tupamaros que hoy gobiernan el Uruguay. Y dejó en falsa
escuadra a los medios que escondieron la existencia de sus cartas,
dejándole la cancha libre a El Observador, que en una gran jugada
comercial y periodística, metió un gol de media cancha y se apropió de
una historia que otros no quisieron contar.
Veremos como sigue este cuento que, me sospecho, recién empieza.
En realidad, es lo único original que ha sucedido en la pasada quincena,
ya que el resto de las calamidades, forman parte de un contexto al cual
nos estamos acostumbrando hasta el anestesiamiento.
Finalmente se conoció el proyecto de ley de medios –o como quiera que se
llame el engendro- y la montaña no parió un ratón. En realidad parió…
parió… parió…
-¡qué los parió!- un engendro perpetrado en 183 artículos cantinflescos,
que pretenden abarcarlo todo y meterse en todo lo que debemos o no
debemos consumir como espectadores. 183 artículos que tienen más
opiniones y expresiones de deseos que disposiciones.
La intención declarada es terminar con los monopolios -¿oligopolios?-
privados de los medios audiovisuales. Pero los reflejos fascistas de
nuestra “izquierda” nacional, siempre los encamina a lo peor: reemplazar
los monopolios privados por el monopolio estatal de los medios
audiovisuales. Asegurar la existencia de un discurso único dictado por
cuatro iluminados y soportado –y fogoneado- por las corporaciones
“compañeras” que se verán favorecidas, y aceptado por una audiencia
acrítica que aplaude la ley de medios mientras consume lo peor de la
televisión argentina. ¡Qué circo!
Porque de eso se trata. De copiar todo lo malo que hacen los pésimos
gobiernos “progresistas”, bolivarianos, o como quiera llamarse hoy en
día al fascismo travestido que está asolando gran parte de la sufriente
América Latina.
Así se lanza el gobierno uruguayo y sus laderos contra la Justicia,
contra la prensa, contra la oposición, contra todo lo que no recite su
“relato” como está de moda llamarle a la tergiversación de intenciones,
de hechos y de resultados.
En eso copiamos al gobierno argentino. Nuestros vecinos copian al
venezolano, y éste recibe instrucciones del cubano. Así nos va.
Lo peor es que copiamos a quienes nos desprecian, empezando por la reina
del desprecio, la heredera de la monarquía kirchnerista que sigue
soñando –aunque la despierten a cascotazos- con una presidencia
vitalicia.
Siguiendo por el imperialista Brasil, que nos prohibió firmar un TLC con
Estados Unidos- no le sigan echando la culpa Gargano, giles- y ahora no
nos permite pedir el ingreso como socio activo a la Alianza del
Pacífico, sin despertar un solo gesto de rebeldía o dignidad en este
gobierno bien mandado y sin arrestos.
Después de probar y fracasar en todo intento diplomático con Argentina,
el presidente Mujica anunció que se subía al estribo de Brasil. También
le fue mal, como era de esperar. Las afinidades ideológicas no dan para
tanto. Brasil sigue siendo Brasil: el de Pedro I, el de la vieja y
querida Itamaraty, el que con gobiernos monárquicos, civiles o
militares, de izquierda o de derecha, pone sus intereses por encima de
todo y puede sonreír dulcemente mientras te apuñala.
Entonces, parece que la salvación está ahora en China. Para allá marchó
nuestro presidente, que se ha convertido en una especie de mendigo
ambulante, para vergüenza nuestra y para satisfacción de la prensa
internacional, que lo adora porque rompe la monotonía de la corrección
protocolar y puede ser exhibido como una curiosidad, o como un personaje
exótico propio del realismo mágico latinoamericano.
¿Qué consiguió Mujica en China que no surja de las propias necesidades
de aquella inmensa nación y de las reglas naturales del mercado? Ya se
verá.
Pero, le pregunto al lector: ¿Es posible un acuerdo de cualquier tipo
entre un elefante y una hormiga? Mi respuesta es sí. Siempre y cuando la
hormiga tenga las cosas muy claras. ¿Las tiene en Frente Amplio? ¿Las
tiene Mujica, Astori, Tabaré Vázquez?
Me parece que no, porque desde que llegaron al gobierno han dado palos
de ciego en materia de relacionamiento internacional. Han dilapidado el
prestigio uruguayo, ganado en los foros internacionales por varias
generaciones anteriores de estadistas de verdad.
Dice Tabaré que el único proyecto que existe es el del Frente Amplio.
Qué estupidez tan apropiada para el aplauso fácil de los adulones de
siempre.
El Frente Amplio no tiene un proyecto, porque eso implica futuro, visión
a largo plazo. Y los nuevos ricos del poder, están tan ocupados
disfrutando del presente, que no han logrado un solo éxito en las
cuestiones que modelarán el futuro: Educación, salud, capacitación de
las nuevas generaciones, obras de infraestructura que obedezcan a una
concepción del país y no al golpe del balde. Es que no hay camino bueno
para el que no sabe a dónde va.
Anibal Steffen
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