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Columnistas  11/4/14 - Nº 154                                            

     

Aníbal Steffen

 

 

Plunagate: una vergüenza nacional que no termina en dos fusibles

 

 

No se ha disipado aún el olor a fusible quemado. El Frente Amplio procura desesperadamente minimizar el daño que le causó el procesamiento del exministro de Economía, Fernando Lorenzo, y del expresidente del Banco República (BROU), Fernando Calloia y dar por terminado el asunto.

Pero el “Plunagate” no se extingue descartando dos fusibles. Es una historia que cubre de oprobio a todo el gobierno (el actual y el anterior); es el espejo en que se refleja lo peor del Frente Amplio.

Es un horror que debe servir para desenmascarar a quienes predicando honestidad y generosidad, sembraron odio hacia los partidos que edificaron la República, y a los cuales atribuyeron todas las “plagas de Egipto”.

Es un asunto turbio que comienza más arriba en la cadena jerárquica y más atrás en el tiempo.

La historia comienza cuando en 2006, el entonces presidente Tabaré Vázquez y su Ministro de Economía, Danilo Astori, concretan la asociación de Pluna con la empresa Leadgate que lideraba Matías Campiani.

Fue una operación llena de ocultamientos, falta de transparencia, contratos con cláusulas secretas y otras joyitas.

La elección discrecional (¿antojadiza?, ¿caprichosa?, ¿interesada?, ¿irresponsable?) de una empresa sin antecedentes en el rubro aeronáutico, nunca fue suficientemente explicada. Como tampoco lo fue la compra de 7 aviones Bombardier cero quilómetro, desaconsejada por numerosos expertos en la materia, incluidos funcionarios de Pluna.

Pero lo concreto es que el Estado uruguayo garantizó la totalidad del precio de compra de los 7 aviones, siendo propietario apenas del 25 por ciento de la empresa.

La gestión de Pluna bajo la gerencia de Campiani fue un desastre. El negocio era ruinoso.

Gente muy cercana al enredo expresó públicamente que en verdad el negocio de Campiani ni era volar, era comprar los aviones. Entre sobreprecios y comisiones hizo su zafra. Lo demás no tenía importancia.

Entonces –ya estábamos en el segundo gobierno frenteamplista- el presidente Mujica no tuvo mejor idea que decidir el cierre de la empresa. Pluna dejó el tendal: acreedores, empleados, proveedores, clientes… De venía un alud de litigios legales que costarían mucha plata al Estado uruguayo.

Allí Mujica tuvo su segunda gran idea: estafar a los acreedores vaciando la empresa y no pagar nada.

Para ello inventó un remate falso. Con la ayuda del empresario López Mena, consiguió a un señor de nombre cambiado, o “el señor de la derecha” que fingiendo representar a la empresa Cosmo –una pequeña empresa europea cuyo capital no alcanzaba ni para un avión- “adquirió” los 7 aparatos Bombardier, contando para ello con un aval del Banco República.

La maniobra fue tan desprolija, tan chapucera, que todo se supo enseguida.

Campiani y sus socios terminaron presos. Pero el asunto continuó.
Hoy se sabe que Calloia, violando todas las disposiciones que regulan ese tipo de operación bancaria, dio el aval del Banco República al “señor de la derecha” en cuestión de horas. Claro, no actuó por su cuenta. Obedeció al exministro Lorenzo que le dio instrucciones telefónicas.

Lorenzo y Calloia, como es notorio, terminaron procesados: una vergüenza nacional, aunque sus amigos políticos festejaron que el procesamiento fue sin prisión.

Es conocido el relativismo ético de Mujica. ¿Pero Lorenzo y Calloia se beneficiaron con la maniobra? ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué se dejaron usar para tan infantil y malintencionada maniobra?
Supongo que a esta altura nadie duda de que Lorenzo recibió una orden directa del Presidente de la República. ¿Por qué la acató? ¿Obediencia debida? Debió renunciar en ese mismo instante y no ensuciarse las manos y esperar que lo procesaran por abuso de funciones para dejar su cargo.

El propio Mujica admitió públicamente su responsabilidad en todo el asunto. Pero no están claras sus motivaciones. Lo que está clarísimo es que más allá de las implicancias jurídicas de su conducta, existió un conjunto de transgresiones éticas inaceptables.

Vázquez, Astori, Mujica ¿nadie les pedirá cuentas? ¿Ni siquiera aquellos que los votaron?

Es imprescindible aclarar las responsabilidades de esta novela que no es un simple desvío o apartamiento de las normas. Es una estafa de proporciones siderales, que desprestigia al estado Uruguayo y al partido que ostenta el poder. Porque es una estafa que surge del seno mismo del Estado. De lo más alto de la escala jerárquica.

Mientras algo tan grave no tenga su correspondiente sanción, política, judicial o al menos ética, el camino estará expedito para que los gobernantes hagan cualquier cosa.

Por ejemplo, el proyecto Aratirí tiene todas las características de un asunto oscuro e insidioso, con el agravante de que constituirá un atentado al medio ambiente que sufrirán las futuras generaciones. Hay que pararlos. Si no es por medio de la Justicia, que sea por medio del voto.     Anibal Steffen 

 

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