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Dr. Jorge T. Bartesaghi

 22/3/13 - Nº 131

 

 

Los buenos y los malos

 

 

 

 

Alentar el sentimiento de que la sociedad se divide entre buenos y malos ha sido, desde siempre, la técnica fascista de mayor rédito político. Todos quienes a lo largo del tiempo han intentado imponer el dominio de sus ideas sobre la base de fomentar el odio social, han utilizado siempre mecanismos de división simplistas que enfrenten las partes colocándolas en antípodas irreconciliables.


La historia de la humanidad es demasiado generosa en ejemplos de colosales tragedias que han tenido su origen y se han desarrollado excitando el odio, dividiendo los hombres en buenos y malos, “nosotros y los otros”.


Esta actitud, provenga de donde provenga, sea de izquierda o de derecha, es solo eso: una táctica fascista.


Y a ella debemos oponernos todos con la mayor firmeza de la que seamos capaces. Es imprescindible enseñar, convencer, que en materia socio-política no existe una fina línea que separe la gente entre buenos y malos, que nunca la razón es patrimonio exclusivo de una de las partes y que aún entre los extremos políticos existe una muy vasta zona común que ambos pretenden para sí en forma excluyente.


Pero lo realmente grave es afectar el sistema, la concepción vital democrática, pretendiendo captar conciencias a través de fomentar el odio social, “quien no está conmigo está contra mí” “quien no piensa como yo es mi enemigo”.


Si esto es grave cuando proviene de cualquier centro de poder, infinitamente más grave cuando se ejercita desde el gobierno.


Sin incurrir en simplismos ni generalizaciones, y menos aún en tremendismos, lo cierto es que, últimamente, desde parte de la fuerza política a cargo del gobierno, y más directamente, desde el mismo Poder Ejecutivo, hemos advertido una creciente radicalización de conceptos que, aplicados a diferentes actores sociales, fomentan un divisionismo inadecuado generador de desconfianzas, suspicacias y también rencores.


Pareciera que la táctica se ha asumido como estrategia. Las recientes apariciones públicas del Presidente de la República evidencian esta estrategia divisionista sustentada en el menoscabo, la descalificación, y a veces el insulto y el desprecio a quienes simplemente no piensan como él.


Al típico lenguaje procaz y soez, impropio, intolerable e incompatible con la jerarquía que inviste, agrega su actitud despreciativa, tanto hacia colectivos respetables como hacia personas individuales, merecedoras también del mayor respeto.

 

Innecesario es recordar ejemplos pues, además de reiterados, están presentes en la memoria de todos.


No creemos que el señor presidente haya agudizado su procacidad. Creemos sí que sus formas chabacanas son tan solo una estrategia para lograr, a través del desprestigio y la descalificación, exacerbar los peores sentimientos en contra de todos quienes no piensen como él.


Sólo así puede entenderse la descalificación de otro poder del estado, las vedadas amenazas de reformas constitucionales, los calificativos despreciativos hacia colectivos profesionales, las acusaciones permanentes hacia la prensa, etc.

 
En la medida en que todo eso le es permitido, o simplemente tolerado sin reservas, se está colaborando con instaurar un sistema que pretende ganar el favor de la ciudadanía a través de la carcajada fácil provocada por la ridiculización del adversario. Sin duda el peor de los populismos.


No es nuestro interés insistir sobre la forma y estilo de José Mujica sobre los que ya se ha escrito demasiado. Lo que sí nos interesa, porque mucho nos preocupa, es esa estrategia que día parece imponerse más, por la cual se pretende amedrentar a quien no piensa igual, ridiculizarlo y promover su estigmatización.


Todo parece indicar que ciertos sectores del conglomerado de izquierda utilizan, cada vez con mayor asiduidad, tácticas como las reseñadas, dejando de lado la confrontación de argumentos para concentrarse en la descalificación del adversario.


Vemos con especial preocupación la generalización de estas prácticas que inexorablemente parecen conducir a promover y exacerbar odios y rencores.


Odios y rencores que solo logran agudizar la profunda fractura social creada a partir de la generalización del falso concepto que todo el que piensa distinto es un enemigo al que debe combatirse por cualquier método, sin descartar el agravio, la amenaza ni la descalificación.


Los exabruptos del presidente, que pretenden cobijarse bajo el manto de un estilo campechano, son tanto más intolerables en cuanto generan un acostumbramiento social sumamente peligroso e inadecuado al relacionamiento político de nuestro sistema democrático y republicano.


En su calidad de Presidente de todos los orientales, no solo debe abstenerse de formular agravios infundados, sino que está obligado a promover la concordia y el entendimiento, evitando por todos los medios cualquier situación de violencia u odios, siempre destructivos de la paz social.


Cuando esto escribimos tomamos conocimiento de la carta abierta que le dirige el Dr. Jorge W. Larrañaga, la que por su ponderación y justeza compartimos en todos sus términos. Nos permitimos transcribir su “…Ud. no habla mal. Ud. obra mal” por cuanto refleja con total precisión un accionar peligroso para el relacionamiento político de los uruguayos. Que es lo mismo que decir un grave peligro para la paz social.


Recapacite Señor Presidente. No promueva la división entre buenos y malos. Defienda sus posturas con argumentos dejando de lado el insulto y el agravio. Promueva la concordia y el entendimiento. Es su deber.
 
    Jorge Bartesaghi

 

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